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No me prohíban ser modelo webcam que sin sexo ni siquiera existimos

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No me prohíban ser modelo webcam que sin sexo ni siquiera existimos

 

Las confesiones de las camgirls, un excelente artículo presentado por Carlos Sánchez Rangel, periodista mexicano quien sin atisbo de moralidad mojigata, cuenta las historias de varios personajes de la industria webcam colombiana en la prestigiosa revista Don Juan. Primera parte.  

La definición de lo imposible es evitar una erección mientras se ve trabajar a Sofía. En este momento hay casi cien personas sintonizadas con su canal en el sitio MyFreeCams. Todos la vemos sonreír, hablarnos por medio de su cámara web, lucir su provocadora lencería. La hipnosis es colectiva. Los detalles de su piel son visibles gracias a la alta definición de la webcam. Aún no sabemos si se desnudará o se tocará. Hacen falta cientos de tokens –una moneda virtual– para que se quite los panties y yo me encuentro pensando lo que jamás creí pensar: “¡Que alguien pague ya, carajo!”.

Ajena a mis ansias, Sofía charla de cualquier cosa con uno de los miembros de la sala. Alguien –me digo a mí mismo– probablemente esté ya masturbándose. Con una chica así en frente, o casi, ¿quién podría culparlo? La respuesta es muchos. Muchos podrían hacerlo. Y no sólo a él. Donde hay sexo hay polémica y críticas. Y en esto hay bastante. Docenas de páginas muestran chicas al mundo desde sus cámaras web. Y ahí hacen de todo.

La industria es considerable en Colombia. Según Juan Bustos, uno de los productores más reconocidos del país, cerca de treinta mil colombianas podrían estar ejerciendo este trabajo. En solitario, desde las habitaciones de su casa; o en estudios, donde las modelos cuentan con un cuarto para transmitir. Si bien los sitios de webcams no tienen el tráfico de las páginas de pornografía común, sí son tan populares como para que una modelo profesional gane entre 3 mil y 7 mil dólares al mes. El dinero virtual, los tokens, se compran con tarjeta de crédito –a razón de 200 por 20 dólares– en sitios como Livejasmin, MyFreeCams, Chaturbate o Cam4. Las páginas de inicio muestran siempre una imagen de la modelo, y el usuario puede elegir entre centenares de chicas (o si prefiere, hombres o parejas) que transmiten desde cualquier parte del mundo a toda hora.

De acuerdo con el sitio de medición de tráfico web Alexa, las páginas de webcam son visitadas por casi 5% de los usuarios de Internet en el mundo. A finales de 2013, la industria de camgirls generaba cerca de un billón de dólares anuales, según dijo el vicepresidente de marketing de SexyJobs, una empresa de reclutamiento de modelos y actrices para el entretenimiento adulto, en una entrevista con la televisora estadounidense CNBC. Y todo parece indicar que el volumen de dinero, de audiencia y de modelos no ha hecho sino creer. Incluso, desde 2014 se celebran en Estados Unidos los Adult Webcam Awards, en los que se premia a las camgirls más populares. Las categorías contemplan a la “mejor modelo webcam 2015”, “la mejor dominatrix”, “la mejor MILF” o “la mejor modelo debutante”, entre otras.

En esas salas de chat, donde junto a la conversación grupal está la transmisión en vivo, miles de colombianas se ganan la vida. Con ropa o sin ropa. Hablando de arte o bailando. Pero también tocándose en vivo para su audiencia. Y claro, ¿cómo no va a ser eso controversial?

“La educación que nos han dado establece unos límites de ‘prohibido tocar’ respecto a nuestro cuerpo. El simple hecho de explicar cómo se hace un bebé es tabú. Por eso no es raro que muchas personas no conozcan ni analicen su cuerpo”, opina Camila de la Espriella, una chica de 26 que trabajó como modelo web durante casi doce meses.

“No puedo pensar en una filosofía moderna que diga que el sexo es bueno”, sostiene Dani Picas, una australiana de 22 años, que además de transmitir por webcam graba a pedido videos eróticos en solitario o con amigas. “Desde que somos niñas nos dicen que el sexo es malo y que debemos ser vírgenes hasta que nos casemos. Los hombres, en cambio, sí son poderosos, así que ellos pueden disfrutar del sexo, pero nunca en público, nunca en libertad”, reflexiona. Dani vive desde hace dos años en Bogotá y es categórica en su visión sobre la sexualidad: “El sexo es un deseo natural. Claro, debes elegir con quién compartir, pero eso no es reprimirte. Alguien nos dio el poder de disfrutarlo, ¿por qué no vamos a hacerlo? Es algo natural. Así de simple: sin sexo ni siquiera existimos”. FloraBella, camgirl bogotana de 31 años, piensa parecido y cree que en nuestros prejuicios hacia el sexo tiene mucho que ver la Iglesia. “La religión te niega el derecho a conocer tu cuerpo porque te prohíbe que te toques, que te disfrutes”.

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