Confesiones SIN CENSURA
Salí con un tipper y fue el peor polvo de mi vida
No se acostumbra a salir con un tipper por la infinidad de situaciones inesperadas que te puedes topar al hacerlo.
Muchas modelos webcam pensamos que puede ser peligroso conocerlos en persona. Si bien contribuyen a nuestro sustento económico, son personas desconocidas y en su mayoría con fetiches “extraños” que buscan en este mundo virtual un escape mágico a su abrumadora, repetitiva y tradicional cotidianidad.
Aún así corrí el riesgo de salir con un tipper:
A Diego lo conocí en una de mis transmisiones en vivo. Era un chico de mi edad y aparentaba ser una persona simpática, conversadora, respetuosa y “buen polvo”.
Me ayudaba ocasionalmente en la sala a limitar aquellos usuarios “freeloader”que deseaban lo de siempre: pajearse gratuitamente y tener un encuentro conmigo. También los incentivaba a apoyarme durante el show y aportaba directamente.
Todo esto fue despertando mi interés, su humor negro, simpatía y respeto. Así que, charlamos durante algunos meses por Skype.
Además de haber llamado mi interés, cosa difícil por lo anterior mencionado, me pareció guapo y cuidaba de su aspecto físico.
Llegó el día:
Finalmente, posterior a varias charlas, decidí juntarme con él y conocerlo en persona. ¡Gran error!
Las intenciones eran claras por parte de ambos. Íbamos a lo que íbamos. Llegó el día y al ver a mi tipper era exactamente idéntico a las fotografías, solo que un poco más bajo de estatura.
Fuimos a comer pizza con gaseosa, charla un tanto bloqueada por su nerviosismo, algunos intentos de besos.
Su falso interés por conocer más sobre mi vida, para “romper el hielo”, una cosa llevó a la otra y terminamos en un motel.
Dicen que el primer beso lo define todo, si la persona será o no un buen polvo. Y así fue.
No fue un “mal” beso, pero aquella mágica química que uno espera en la “primera vez” donde explotan luces luminosas del pecho y la adrenalina fluye por la sangre hasta conjugarse en una sola… No.
Fue un beso con lengua, simple, sin gracia. Luces, sí, pero apagadas. Pensé – “deben ser los nervios del momento”. Pero lo que pasaría después me aplastaría completamente esta hipótesis.
Iniciaron los besos en el cuello, la bluyineada, la sacada de ropa, el roce de pieles, su erección y de pronto, como si alguien hubiera hecho “click”, se apagó todo. La química no fluía.
Me observaba a los ojos y decía: “tu mirada me intimida”, se escuchaban ruidos en la calle y decía: “me distrae el ruido de la calle”, le hablaba y me decía: “tu voz me distrae”.
Parecía que este hombre sufría de un nivel peligroso de déficit de atención porque cada sonido y acción lo “distraía” de “su objetivo”.
Eso me empezó a molestar, no por los (espéculo) nervios que tenía al por fin tener la oportunidad de estar conmigo en la cama, sino por lo que NO hizo después.
Vaya, se entienden los nervios, pero la falta de creatividad es imperdonable. Posterior a que su amigo no resucitaba ni en mis mejores acrobacias del sexo oral más profesional nominados al Guinnes Records.
Diego solo observaba como un niño indefenso y seguramente se preguntaba por qué su cuerpo no respondía a los deseos de su mente. Y como aquel niño indefenso no hizo nada.
Tenía la esperanza de que jugara un poco más (teniendo en cuenta que el miembro no es el único accesorio de placer, ni de cerca).
Tenía la esperanza de que usara su lengua y me hiciera retorcer de placer, sus manos, sus dedos, me recorriera entera. Por último, que usara su rodilla, su pelo, qué sé yo.
¡Pero nada! Estaba inmóvil. Intentando reanimar al sujeto sin vida. Y pese a mi gran tolerancia y paciencia y tras reafirmarle que aquel amigo podría dormir para siempre cuál cenicienta hasta el esperado beso azul, siempre y cuando no tuviese esclerosis múltiple en el resto del cuerpo. Todo bien.
Nada funcionó. Ni siquiera, el humor negro. Para ese entonces, yo ya había pasado el límite del termómetro de la paciencia y estaba ardiendo, no precisamente de placer.
¡Confieso que fue el peor polvo de mi vida!
Lo único que dijo fue: “perdón, no sé qué me pasa contigo, esto NUNCA me había pasado”.
Pensé: “¿Qué no le había pasado nunca?, ¿Lo de perder la erección y no recuperarla jamás? o, ¿lo de considerar que su miembro es la única fuente de placer femenina?”.
Molesta, tomé mi bolso. Estaba de madrugada, pero no me importó y le dije:
“Gracias por la pizza. Estuvo rica”.
Autor: Diana