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El nacimiento de mi perversión

Confesiones SIN CENSURA

El nacimiento de mi perversión

Mi confesión trata de un hermoso suceso que produjo la perversión en mi ser, marcando mi vida durante mi labor como meretriz.

Fui por mis cosas y al regresar ya estaba tomando café, quise esperar a que terminara pero ingresamos al cuarto número 1, aún cuando no terminaba su tasa. Estando adentro, se apoyó sobre la ventana y mientras terminaba su café me pidió que me masturbara para él, recostada en la cama y sin quitarme la poca ropa que llevaba. Me sentí muy avergonzada, no sabía cómo hacerlo, me recosté en las almohadas e intenté poner mi mente en blanco para dar inicio a la perversión de la danza de palparme para lograr una ficticia lubricidad nada incitante.

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Para ese entonces, el masturbarme era lo más mediocre que podía hacer, no lograba hacerme sentir nada, yo misma no me reconocía como un ser potencialmente erótico. Me asombra saber que pude brindar placer a pesar de la poca experiencia con la que contaba. Intentaba introducir mis dedos en el ano y vagina, frotar el clítoris y pezones.

perversión

Mis movimientos eran obscenos y vacíos, nada de eso logró llamar la atención de mi acompañante, su perversión estaba siendo espantada. ¿Era en realidad tan mala? No. Él pisoteaba mi autoestima, desequilibraba mi seguridad, se burlaba de mi instinto narcisista, mi vanidad no significaba nada. Me dijo: «Basta, acércate y chupa», intenté modificar mi gesto para que no fuera evidente la repugnancia; siguiendo el juego para no sentirme totalmente victimada, floreció sin premeditar una quimera sonrisa que prometía agrado y complacencia.

Su pene era tan grande que apenas podía meterlo en mi boca. Sus siguientes palabras me cercioraron de que era una mala amante: «No sabes hacerlo, te voy a enseñar… Abre la boca, saca la lengua, despeja tu garganta, acerca el mentón al pecho y no te muevas». Seguí sus indicaciones al pie de la letra, dejé el camino libre para que tocara mis entrañas, tomó mi cabeza con ambas manos e hizo lo que creí imposible. Todo su pene estaba dentro mi boca, incontenibles arcadas fueron el resultado del ejercicio que trajo consigo el temor por una expulsión estomacal. Eso no ocurrió, entraba y salía con facilidad. Parecía como si yo hubiera sido hecha a su medida.

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Tormentosos momentos viví; piel erizada, lágrimas en las mejillas, calor en el rostro, gestos desarticulados, arcadas sin control, saliva densa y abundante. Esa imagen pura que le ofrecí al principio se vio marchita tras esa mamada que sin duda fue de su agrado, no sé si por la humillación que descargó sobre mí o por la naturaleza salvaje e instinto de la misma, pero su perversión me estaba invadiendo.

Perversión

La dureza de su falo era cada vez más evidente, en cuestión de segundos ya me hallaba en posición animal. Haló mi cabello y se introdujo con tal fuerza que apenas pude manifestarme a través de lamentos. Encorvaba mi cuerpo pero él separaba mis rodillas con las suyas, sentía un dolor difícil de describir, pero al pasar mis manos por la vagina y notar su gran humedad, concluí que sentía también mucho placer. En poco tiempo la sábana se humedeció, noté entonces que un grito seco, áspero y prolongado era la señal de su llegada. Por fortuna sus fluidos nunca entraron en mí, siempre quedaban represados en un preservativo. Tenía sus manos en mi cadera, mis piernas rodeaban las suyas, pude sentir su clímax, sus espasmos, su respiración agitada, su temblor.

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Por un instante me sentí su dueña y su debilidad reivindicó en algo mi deshonra. Esta vez sonreí con agrado, me sentí un poco más tranquila y sin levantarnos de la cama dimos inicio a una charla, ahora muy propia de cada reunión. Al finalizar el encuentro noté como la costumbre calmaba poco a poco la repulsión que sentía. El baño era un buen momento para meditar sobre ello, el rechazo iba convirtiéndose poco a poco en curiosidad y la ansiedad por el inicio de la semana tomaba otros aires, otro color. Total no había nada que dos o tres billetes violetas no pudieran remediar.

Natyvalu

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