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La fantasía de mi primera vez

Confesiones SIN CENSURA

La fantasía de mi primera vez

Hace algún tiempo trabajaba en un aeropuerto. Había un supervisor que me preguntó si era mi primera vez en la cama; él me llamaba la atención, la verdad no sé qué le vi, porque el tipo era arrogante, altivo e incluso despectivo. El hombre a quien llamaré «Carlos», no me veía, yo la verdad me preocupaba poco por mi aspecto físico, hasta que una vez iba metida en el celular y me lo tropecé de frente. Me miró de arriba a abajo e hizo un gesto que no me gustó para nada; por primera vez en mi vida me sentí despreciada y menos que alguien.

En ese momento decidí cambiar todo en mí, al principio creí que era para demostrarle a Carlos que no era mujer para mirar de esa forma. Sin embargo, a medida que me iba enfocando en como quería verme llegué a darme cuenta que era algo que siempre quise y hasta ahora había llegado a notarlo.

Para ese momento yo tenía 18 años, empecé a ir al gimnasio, era frustrante ver esas nenas todas sexys, con esos cuerpos de ensueño y a la vez mirarme a un espejo y notar lo bajo que había llegado. Me enfoqué en mejorar, no solo por mí aspecto sino por salud. Iba 7 días a la semana durante dos horas, empecé a cambiar mi forma de vestir, escondía mi cuerpo y a medida que iba mejorando, sintiéndome cómoda conmigo misma, iba comprando lencería o ropa sólo por el hecho de querer consentirme y para darme ánimos de seguir mejorando.

Primera

Cambié mi color de cabello, era castaño claro, decidí oscurecerlo un poco, siempre había sido largo así que lo corté, empecé también a usar maquillaje, a arreglarme las uñas, a comer mejor hasta definirme. Debo decir que siempre he sido de contextura medio gruesa, pero la vida me premió con unas piernas firmes y una cola definida. A medida que empecé a realizar estos cambios en mí, notaba como me miraban cada vez más en mi trabajo. Estaba sonriendo más seguido, se me notaba más confiada.

Carlos había estado en otra base alrededor de cuatro meses, cuando regresó, decidí «accidentalmente» tropezarme con él nuevamente, esta vez su mirada fue diferente, se le vio cierto destello de lujuria al verme en mi uniforme ahora ceñido a mi cuerpo y con un semblante diferente. Por cuestiones de personal, me cambiaron para otra aerolínea, dónde ¡oh sorpresa! Carlos era mi nuevo supervisor.

Al pasar el tiempo, Carlos «accidentalmente» en la oficina se rozaba contra mí, obvio no le hacía caso, ignoraba que ahora si era de su agrado. Un día cualquiera, me atrasé en mi trabajo analizando impuestos y hasta que yo no terminara él no podía dejar la oficina. Decidí irme a bodega, ya que no aguantaba su mirada lujuriosa sobre mí a cada segundo. Creo que olvidé mencionar que para ese entonces, seguía siendo virgen. De la nada llegó a la bodega cerrando tras de sí la puerta, justificando con que afuera había mucha gente y necesitaba hablar en privado conmigo… Sintiendo como se aceleraba mi corazón, como se calentaba mi cuerpo por cada paso que daba hacia mí y me empezaba a cosquillear la entrepierna, se sentó a mi lado «ojeando mi trabajo». Yo tenía puesto ese día un pantalón y una camisa con un corbatín, había desabrochado los primeros botones de la camisa, me sentía con mucho calor y mi respiración se iba acelerando y aumentaba el subir y bajar de mi pecho ya con los pezones sensibles y erectos. Carlos solo me había hablado y yo ya estaba a su merced.

¿Por qué tan nerviosa? me preguntó, yo sin palabras en la boca, soltaba balbuceos y palabras a medias; él ventajoso de mi inexperiencia y el deseo que se me notaba en cada poro de la piel, rozó mi cuello con sus dedos, diciendo:«Duro o suave», Yo en mi ignorancia, simplemente solté un medio gemido que se alcanzó a escuchar «duuroo», sin embargo en mis pensamientos estaba «Dame con todo lo que tengas. Espero que no vaya a ser doloroso. ¿Cómo voy a salir caminando?, etc…»

Primera

Al finalizar de exhalar mi respuesta, Carlos agarró mi mano para posarla sobre su pene que empezaba a notarse bajo su pantalón, duro, caliente y palpitante. Asustada quité la mano, que él volvió a posar, ahora dentro de su bóxer… lamiendo mi lóbulo de la oreja izquierda, susurrando con voz ronca «Dime Julieta, ¿cómo te gusta más?», yo sólo alcancé a medio responder «Soy virg..»cuando me penetró con sus dedos, finalizando mi oración en un «Mmmm» de placer.

Dentro de lo que había imaginado que sería, lo que sentiría al perder mi virginidad, era de todo menos placer. Él, dentro de su emoción de saber que iba a desvirgarme, haló con tanta fuerza mi camisa provocando que los botones salieran disparados, dejando al aire mi pecho en un brassier de encaje rojo, se le encendieron los ojos con extrema lujuria y deseo, bajándome el brassier para notar mis pezones erectos de excitación, los cuales mordisqueó y chupó, mientras hacía magia con sus dedos en mi interior; sintiendo como flaqueaban mis piernas… tiró todo lo que había en el escritorio a un lado, apoyándome sobre este y bajando con premura mi pantalón, para encontrarse con que no llevaba panty. Sonrió con malicia y saboreando sus labios, miraba mi vagina con la misma atención que un leopardo observa a una gacela.

Yo sin saber qué hacer, simplemente agarré su cabello cuando empezó a hacerme el que hasta ahora, no deja de ser el mejor sexo oral de mi vida. Gimiendo de placer y gozo, se empezó a escuchar cada vez más fuerte mi voz, por lo que él dentro de su pervertida mente, agarró su corbata para hacerme una mordaza.

Extasiada y excitada, mi vagina anhelando más que sus dedos y su lengua, crucé mis piernas en su espalda, haciendo que se sentara en la silla y cayendo sobre sus piernas firmes y grandes me bajé de allí y arrodillé, queriendo darle el mismo placer que hasta ahora, él había logrado en mí. Lo vi erecto, en todo su esplendor y como niña pequeña con una chupeta, empece a lamer la punta, haciendo movimientos circulares, mientras lo adentraba de a poco en mi boca; sabía dulce según recuerdo. Adentro y afuera, él sosteniendo mi cabello y agarrándolo con fuerza para que no parara, lo que él no sabía era que apenas estaba empezando… No supe cómo, ni dónde había aprendido lo que estaba haciendo hasta ahora. Sentía ese deseo extremo de ser penetrada, de alcanzar un orgasmo, de sentir qué era tener sexo por primera vez.

Antes de que se viniera, alcanzó a pronunciar «Abre» y yo, como chica buena, aún arrodillada, abrí mi boca para sentir su sabor, caliente, dulce y algo pegajoso pero para nada molesto en mi cara y boca.

No sabía cuan rápido podía reponerse, no me lo imaginaba. Feliz me levantó del suelo y me depositó sobre la mesa muy suave, solo que esta vez fue en cuatro, él queriendo admirar mi trasero, me dio una nalgada que produjo que soltara un gemido agudo; él asombrado por lo mojada estaba, volvió a meter sus dedos (dos) y los movía en círculos, yo extasiada simplemente podía agarrar los lados de la mesa y morderme los labios para no hacer ruido.

Desprevenida pero lista, me penetró con tal fuerza que no pude evitar gemir bulliciosamente, pronunciando «oh por dios, sí», se quedó ahí, moviéndose en círculos, disfrutando de mi estrechez, escapándose de su boca uno que otro gemido, empezó a penetrarme una y otra vez. Pasó de lento a rápido, lleno de frenesí olvidó que era virgen, centrándose en su placer y mi dolor, lo que por cierto, me excitaba cada vez más.

Primera

Cuando mi trasero estaba ya enrojecido por las nalgadas y apretones, se dispuso a lamerlo, dando leves mordiscos, provocando que me temblaran las piernas. Cuando por fin volvió a pronunciar palabra, dijo «Julieta, déjame penetrar tu cola, déjame mostrarte más placer», yo únicamente acepté con mi cabeza, ya que si abría mi boca, corría el riesgo de soltar mis gemidos en voz alta.

Separé mis piernas y él mis nalgas, insertando de uno en uno, tres de sus dedos. Con algo de dolor y sin dejar de sentir placer, supe cuando me penetró, lo hizo de manera delicada. Y otra vez empezó a embestirme sin asomo de compasión con un lujurioso frenesí; se iba poniendo más intenso, cuando escuchábamos que entraba alguien a la oficina, para ventaja nuestra, en la bodega no habían cámaras, y la única llave la tenía Carlos.

Su voz ronca me decía «Ábrete para mí Julieta, déjame sentirte toda, déjame mostrarte el cielo, lleguemos a un orgasmo, hagámoslo juntos». Mi cuerpo vibraba de deseo, pasión, dolor, alegría, gozo. Nuevamente escuché su voz, esta vez diciendo: «Julieta, ¿es tu primera vez… en el turno de la noche? Fue así, como me despertó Carlos, de un sueño, mi mejor sueño mojado con él, el cual estaría dispuesta a cumplir.

Julieta

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