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El placer de hacerla mía

Confesiones SIN CENSURA

El placer de hacerla mía

Nadie me explicó que el efecto secundario de que te den por el culo era quedar caminando raro por unos días. No parecía tan doloroso en los vídeos porno, las actrices después de enculadas se mostraban en la toma siguiente relucientes y felices, listas para recibir la leche.

Tampoco me habían dicho que cuando una se comía un pene tipo Nacho Vidal, la vagina queda como si acabara de salir un bebe. Nunca había estado tan adolorida, fui incapaz de ir a mi estudio, parecía un cangrejo. Al final del día me llegó el arrepentimiento y juré en vano que nunca más lo iba a repetir, cuando realmente fue el mejor sexo de mi vida.

Una semana después solo me quedó un leve dolor en el ano, pero era entendible…esa enorme verga que no me cabía en la boca, mucho menos iba a caber por mi anito; no me imagino el esfuerzo que hizo para dejarla entrar, debió ser brutal.

Recuperándome del polvo de mi vida, me llama mi prima Natalia. Iba a ir al centro comercial y me preguntó si la quería acompañar a la inauguración de un almacén. La verdad es que no me interesaba, busque una excusa para evadirla, pero le dije exactamente lo contrario: que sería genial y que sí quería podía dormir en mi casa.

Es una constante en mí pensar una cosa y hacer exactamente lo contrario, debe ser una broma de mi subconsciente. Las relaciones lésbicas entre madres e hijas o entre hermanas no me atraían en absoluto en la vida real, pero me asomaba a verlas con el mismo morbo que otras perversiones en las que sí estaba interesada.

La verdad si pensé en Natalia para follármela, era la víctima perfecta. Era cinco años mayor que yo, de pequeña era gordita y todos le hacían bullying, hasta su mamá que se avergonzaba de ella por parecerse al papá por su peso.

La hacía ir a un montón de actividades físicas donde terminaba siendo “la gorda del grupo”. Mortificada por ese desprecio, se quedó con la idea de que nadie la quería, recuerdo que de pequeñas en nuestros juegos fantaseaba con un marido que le dejaba comer dulces.

En la adolescencia ocurrió el milagro y como un globo desinflándose mi prima soltó grasa suficiente como para quererse a sí misma, pero para ese momento Natalia ya era una chica introvertida y desconfiada. Se quedó sola y se fue a vivir lejos de su madre.

De pequeña no me gustaban los juegos de mi prima. Me parecían muy aburridos. Y no me gustaba porque cuando me veían con ella también se burlaban de mí. Ante el desprecio de los demás dejarla sola hubiera sido aún más cruel, aunque ahora sé que lo hice más bien por lástima.

A mis seis años, jugábamos dentro de una casita de plástico que le habían dado en Navidad, solo podían entrar dos niños como máximo, en ese momento Natalia ya era más grande, pero seguía jugando conmigo y disfrutaba como si se hubiera quedado en sus seis.

Ese día yo era su marido que llegaba a la casa después del trabajo, toqué la puerta y me abrió mi prima encorvada, porque las dimensiones de la casita no la dejaban ponerse bien de pie. Me hizo pasar y luego me sirvió un plato con comida plástica, cuando acabé de comer, me cogió de la mano y me dijo que íbamos a hacer un bebé, le dije que no sabía hacer bebés y ella se ofreció a explicarme su versión.

Explicó que primero los adultos se daban dos besos en las mejillas y luego se quitaban la ropa, pero como estaba haciendo frío no lo hicimos. Me dijo que después se acostaban en la cama o el piso en nuestro caso y hacían ruido un rato.

Lo del ruido me confundió y me puse a ladrar, pero ella me interrumpió y comenzó un jadeo que todavía recuerdo cuando algunos de mis amantes se vienen sobre mí. Me pareció confusa esa forma de hacer bebés, pero ella me aseguró que había visto a sus padres en ese extraño protocolo.

Me mostró que ya tenía vello en el pubis y para acabar la clase de sexo me mostró los pechos por el cuello del vestido dejándome ver cómo sus senos iban tomando en ella una forma más redonda.

La adolescencia de Natalia nos separó y para cuando yo ya tenía pelos y sabía cómo hacer bebés, mi prima se estaba casando con un buen tipo que no pudo con el trauma que ella cargaba. Los vi felices cuando se casaron, nada más.

Unos años después me reencontré con ella, ganó peso otra vez, me llamaba cuando necesitaba a alguien con quien hablar o recibir consejos cuando se probaba ropa. Se divorció hace más de cinco años y desde eso la única relación sexual que tenía era con sus dedos.

Aun así, siempre se maravillaba de mi soltería, como si fuera el modelo a seguir. Ahora que había vuelto a engordar se había vuelto hasta divertida, claro que de acompañarla a acostarme con ella había un salto que no sabía si era capaz de lograr.

Preparé un plan sencillo, invitarla a dormir, comprar una botella de vino, emborracharla un poco, acostarnos juntas y hacer alguna travesura. Podía salir bien o mal, todo iba a depender de su necesidad de sexo; en esos cinco años que habían pasado desde su divorcio no había tenido sexo, mi plan era pan comido.

Nos vimos el sábado e hicimos todo lo planeado. Cuando me dijo que ya era hora de tomar el metro a casa le recordé que podía quedarse en la mía, dudó unos instantes, pero le dije que me hacía falta compañía y como sintiendo lástima por mí al final accedió; ella no se dio cuenta, pero mi vagina aplaudió en ese instante.

Comimos hamburguesas con el vino que había comprado. A media comida ya se había soltado y me estaba contando sus intentos por volver a tener algún tipo de relación con otro hombre. Después de dos años de castidad, del divorcio y de varios intentos con múltiples amantes, renunció a tener cualquier tipo de relación para vivir la vida en la calma de la soledad.

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Reímos infinito imaginando sus masturbaciones apresuradas para evitar al macho de turno. La cosa se puso buena cuando empezó a preguntar sobre mi vida sexual, le expliqué la relación que acababa de tener minimizando los detalles para que no fuera a pensar que soy una desviada.

El alcohol la soltó y me preguntó sobre lo que hicimos. Fui muy específica, sobre todo con el tamaño de la verga de mi amante y le expliqué, fingiendo vergüenza, que me había dejado penetrar por detrás, que me había lastimado el culito.

Natalia, que hasta ese momento me había escuchado atenta, se levantó de la mesa, me cogió de la mano, me llevó hasta mi cuarto y me dijo que se lo mostrara. “¡Gané!” pensé por dentro, porque lo normal sería que me animara a ir al médico a revisarme.

Tras hacerme la difícil, me subí a la misma cama donde había sido desvirgada y con cierta torpeza me levanté el vestido para que mi prima me bajara las bragas hasta las rodillas. Las dos estábamos algo borrachas ya. Resopló un “¡jum!” que casi me asusta, me dijo que el ano se me veía más enrojecido de lo normal y con suavidad me palpó por el borde, hasta sentí un dedo perdido rozándome el asterisco.

No fue un toque intencionado, pero me hizo saltar. Se ofreció a ir a buscar alguna crema a la farmacia y le dije que estaba muy borracha para salir, le indiqué que en mi cajón había un lubricante que me calmaba el dolor, lo cogió y aunque me lo podía haber puesto yo misma, ni pensó en esa posibilidad, ella misma con cuidado me untó todo el orificio. Me dio una palmada en el culo y me dijo “¡Listo, ya te lo vi todo!” y se rio con ganas.

Nos acostamos a eso de las once, acabamos dos botellas de vino y estábamos muy cerca de caer borrachas. Al principio me pidió un pijama prestada para dormir, pero al final se quedó en tangas y sujetador de varillas que ante su incomodidad prefirió retirar dejando al descubierto dos buenas tetas, aunque no tan grandes como esperaba.

Yo me quedé al contrario, desnuda abajo, pero con sujetador y ella no dejaba de reír y decir que la quería a violar. Le dije que las tangas se me metían por las nalgas al dormir y eso me irritaba (Tenía que justificarme).

Le dimos vueltas al televisor hasta que encontramos una película donde se mostraban varios desnudos, la vimos en silencio, nos dio calor y retiramos la sábana. Natalia miraba distraída mi desnudez y yo la suya.

Durante los comerciales me giré hacia ella y le recordé aquella vez que hicimos bebés, movió los muslos y noté que estaba excitada, me quité el sujetador excusándome con más molestias. Solo restaba su tanguita, se volteó hacia mí y sus senos cayeron suavemente sobre el colchón, nuestras miradas se cruzaron un largo instante. Me confesó que después de esa experiencia en nuestra niñez también se excitó durante un tiempo recordando cómo se me exhibió.

 No esperé ni un segundo más, bajé la mano y la metí entre la tanga y la carne, le gané a su débil resistencia, alcancé su húmeda vagina mientras ella giraba el cuerpo como si se hubiera electrocutado. La abracé y la besé por la boca y el cuello, ella me miraba con sorpresa, dejó de evitar mi mano y permitió que la sorpresa fuera reemplazada por orgasmos.

 Decía que ella no era lesbiana a lo que respondí que yo tampoco, que todo eso era por placer y nada más. Que si sus vecinos, que si la familia, que si el gato… al final le susurré que se callara y seguí frotando su clítoris oculto entre los pliegues de sus labios para ir arrancando gemidos de una vagina olvidada y satisfecha.

Cuando quiso devolverme el placer la interrumpí, ella necesitaba esto más que yo. Me dijo que ya no podía venirse más veces y ante eso me giré sobre ella para retirar completamente su tanguita y hundir mi cabeza entre sus piernas.

 Al primer chupetón en su vagina sentí como se estremecía de placer y yo misma, estaba tan excitada que le restregué mi coñito por sus pechos hasta que su boca lo atrapó con torpeza de principiante. No paraba de repetir “¡qué rico!, ¡Ay, que delicia!”, llenaba mi boca con su coño a bocados cada vez más grandes, salvajes y descontrolados.

Luego volví a su cara y la besé para que se probara a sí misma y aunque no tengo pene la abrí de piernas para acoplar mi cadera y empujar como si lo tuviera para arrancarle un orgasmo extra.

Natalia quedó tendida e indefensa, miraba el techo mientras intentaba recuperar el aliento y salir de la confusión. Todo pasó en escasos diez minutos, de ser casta hetero y ex mujer de alguien, a ser una “arepera” después de unas copas de vino en un instante.

Girando los ojos como si en el techo hubiera una explicación a lo que había hecho y murmurando cosas, se dejó penetrar de mis dedos por delante y por detrás mientras mis besos le llenaban la boca y las tetas sin demostrar ningún tipo de placer.

Terminamos abrazadas o al menos yo me dormí pegada a ella. Cuando abría los ojos, la miraba y ella seguía arrepentida, mirando el techo. Le besaba la mejilla, pero ella no se inmutaba, le acariciaba el coñito antes de caer de nuevo vencida por el alcohol.

Cuando el sol entró por la ventana miré alrededor y Natalia no estaba en el cuarto, la casa estaba demasiado silenciosa, me levanté para buscarla, pero ya se había ido. Salí a caminar, hice una nueva raya en mi muro imaginario de perversiones…incesto. Me sentí mal, el sexo con Natalia me dejó sin querer hacer un chiste cochino de eso.

La emborraché para conseguir lo que quería, sabía de sus inseguridades, me aproveché de ella como su mamá. Si yo hubiera sido hombre podría haberme acusado de violación y no tendría cómo defenderme.

Ese domingo se me hizo eterno, quería llamarla y pedirle perdón, pero no lo hice. Estaba preocupada por mí salud mental, pensando en que tal vez fui demasiado lejos. Me propuse enmendar mis errores, pero como siempre pasa en esos casos una termina culpando a la vida o a la suerte de sus propias elecciones.

Estaba sentada en un el parque cuando una sombra interrumpió el sol.

-¿Luisa?

Era el tipo con la verga tipo Vidal, se sentó a mi lado y charlamos un buen rato. Me invitó a su casa respondiendo a mi timidez diciendo que solo quería tomar algo, me contó que se había mudado, que la casa estaba tan cerca de la mía que desde su balcón veía mi sala. Sus cosas seguían en cajas de cartón y hasta le tuvo que quitar una sábana protectora al sofá para podernos sentar.

Repetimos el ritual, follamos todo el día y toda la noche, me volvió a usar por cada agujero y aunque también fue tierno y cariñoso. Me dormí tranquila y confortada, sintiendo su dedo dentro de mi vagina entrando y saliendo, haciéndome olvidar cualquier rastro que quedaba de mi prima sobre mí.

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Luisa

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