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Mis pies fueron el objeto de su deseo

Confesiones SIN CENSURA

Mis pies fueron el objeto de su deseo

Durante una transmisión de más de cinco horas, un tipper estuvo encantado por mis pies, me solicitó de forma muy atenta, una, y otra, y otra vez, que los lamiera, que los untara, que deslizara todos mis juguetes en ellos. Al terminar salí del cuarto, estaba algo agotada pero con una idea muy roja en mi cabeza. Llovía, la ciudad estaba mojada y complicada, una Bogotá que todos conocemos; gris, rota, sádica.

Ese día usé ligueros, seda, calcetines, tacones y hasta un par de zapatillas; cada exigencia suya era complicada, dura, penetrante. Yo, entre encantada y melancólica cumplí cada una de sus peticiones. Respiré, me compuse un poco y me preparé un té; cuando lo estoy tomando, me percaté que aún llevaba unas medias muy delgadas y negras, eso me sacudió, así que decidí salir, reinventarme un poco, respirar aire puro.

Pies

Me puse un vestido, tacones, cabello a medio recoger y labial pugnante. En la ciudad ya no llovía, sentí que el aire olía a medias veladas sin estrenar, a hierba y alcohol. Saqué mi móvil y llamé a mi mejor amiga de la universidad y quedamos en encontrarnos. La noche se presentó fluida, un par de Gin&tonics, unas cervezas, la música lenta, la bohemia y las miradas de inquietos hombres con mérito o no de poseernos. Mi amiga (también camgirl) me contaba sobre sus transmisiones, sobre sus orgasmos, sobre su piel, sus juguetes, sus amantes, sus usuarios… un derroche de frases deliciosas que se nos regaban por nuestras bocas.

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Finalmente lo vi, estaba allí, llegaba con un par de chicas y un hombre más. Pidieron tragos, no estaba aún segura si era él, pues su peinado había cambiado aunque lo dejaba ver aún más guapo. El vodka sobre su mesa me concretó que sí lo era (recuerdo que amaba el vodka, le encantaba regarlo en mis piernas y mi vagina). Mi humedad empezó a desabrocharse, la sangre llego a mis pómulos y a mis senos, sentí calor, más sed, más noche. Nuestras miradas, como siempre sucede entre depravados se unieron, sentir esa mirada humedeció más mi ansía, me había masturbado toda la tarde, pero sentía la necesidad de hacerlo de nuevo, allí mismo, sobre esa barra, atrayéndolo como a un pez.

Corrí al baño y revise un poco mi maquillaje, aún lucía hermosa. Me acerqué sin ningún permiso a su mesa, al estar muy cerca tomó mi mano, me acercó su copa y me presentó brindando ante todos como «la más mamacita de todas, un sueño», el hombre que lo acompañaba me miró con esas ansías feas de necesitado, enfocándose en mi boca, saboreándose con una risa estúpida; sentí pena por él. Le sugerí en secreto que nos escapáramos porque lo quería beber toda la noche pero sólo sintiendo su olor, el accedió sonriendo y apretando con mérito mi muslo izquierdo.

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Dejamos botado ese bar sin reparos o permisos, para encontrarnos de frente con el caos. Ciento ochenta mil pesos la noche más media botella de vodka. Eso cobró la chica del motel. Al retirarse, aseguré la puerta y él, tomando mi cintura advirtió su frase de siempre, «Serás mi puta«. Hundí completamente mi lengua en la suya, me revolcaba en besos entre su saliva y sus labios, quería arrancarle la sed, dejarlo vacío. En un impulso de brutalidad empujó mi cara hacia el suelo, me postró de rodillas y hundió con ímpetu su pene en mí, impregnado, erguido, ansioso. Me maltrataba la garganta como un animal, lamí tanto de su pene que me sentí humillada, complacida, única, «eres la única que se lo traga con tanta vehemencia» me repitió una y otra vez.

Al terminar  su semen estaba regado por mi cara y mis senos, me quitó con sevicia, tomó un trago largo y mirándome fijamente con rabia lo dijo: «Pies, más nada», yo quedé helada, mi mirada le confirmo mis dudas. «Solo tus pies puta», aseveró. Comprendí lo que quería y mi vagina empezó a chorrearse, a deslizarse despacio. «Siéntate… disfruta» dije con ese coqueteo de adicta, me senté sobre las sábanas y quite mis tacones muy despacio, la transparencia negra de las medias dejaba entrever muy delicado el tono blanco del esmalte de mis dedos. Posó su mano en su pene «continúa, quiero que…» lo interrumpí de golpe, «cállate, disfruta». Vi en sus ojos verdes la manipulación exacta de un fetichista de pies desmesurado, le conocía hace años pero nunca supe, ni me contó de su gran placer.

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Al verlo allí, atragantándose en ansías por mis pies casi lo amé.  Era como si de la nada aquel fetichista desconocido de la tarde hubiera encarnado en su carne, amé cada precipicio de ese fetiche, me consagré como viciosa de su vicio. Vino de rodillas hacia mis pies y se cansó de lamerlos, de untarlos, de pasar todo su pene, su saliva y sus manos por ellos, destrozó mis medias e hizo que los lamiera, que nos besáramos con ellos, entre ellos, por ellos, brindó por mis pies y los bañó en alcohol.

Pies

Sacudió su pene, hizo que lo escupiera muchas veces y empecé a frotarlo con las plantas de mis pies, con los dedos y entre mis dedos se deslizaba su miembro más erecto que nunca. No soportaba mi humedad, empecé a chorrearme, mis líquidos se untaban hasta mis muslos y él lo evidenció, arrancó mis bragas y con una mirada depravada siguió tragando y follando mis pies sin compasión. De repente se detuvo, sonrío «eres pura» agregó, y se derramo con una sonrisa de confort en mis dedos. Seguí deslizándolos despacio, muy suave, cada vez más lento, esos últimos roces tuvieron una gracia solemne y roja. Por último, acerqué (advirtiendo que le encantaría), uno de ellos muy untado de su semen a mi boca; lamí mi pie como si se tratará de su miembro, pasé toda mi lengua por la planta, arriba, abajo, dedo por dedo, lo hundí en mi boca atragantándome, escupiéndolo, mezclándolo todo. El efecto fue inmediato, quiso tocarme, hundirse en mí, romperme, rasgar toda mi feminidad, clavarse en mi piel. Me aparté digna, tomé mis bragas, mi vestido, mis tacones y vistiéndome muy despacio concluí  «pies, más nada».

Justine

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