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Lo que realmente importa

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Confesiones SIN CENSURA

Lo que realmente importa

Soy usuario y modelo de Chaturbate. Hago shows webcam para completar los goals, ganar tokens y luego tipeárselos a mis modelos preferidas.

Durante mis espectáculos soy coqueto, sexy, juego con mi cuerpo en cámara que, sin ser perfecto, muestro con orgullo.

Cuando tengo suficientes tokens, me gusta ir a chatear con las chicas que me parecen lindas. Soy buen conversador y, por fortuna del destino, he logrado conocer a varias de ellas. Con algunas he tenido sexo casual y lo he disfrutado al máximo. He gozado de encuentros fantásticos con modelos hermosas.

Varias han vibrado con los movimientos de mi cuerpo y se han sacudido por los incontrolables orgasmos, que hemos logrado obtener en nuestros encuentros. Me doy por bien servido en cuanto a placeres de la carne se refiere.  

El sexo atraviesa nuestra existencia. No podemos negar el deseo de la carne. Es imposible pretender no sentir los placeres exquisitos de los que Dios nos proveyó; si somos hechos a su imagen y semejanza, seguramente, él también los disfruta.

El instinto animal que llevamos dentro nos permite disfrutar al máximo de nuestra sexualidad. Nos sucede a modelos y usuarios en Chaturbate por igual.

Morimos por tener sexo, real o virtual, codiciándolo para cumplir así una de las cuatro leyes del placer que rige nuestras vidas: comer, dormir, cagar y culear.

Delicias tan sencillas pero olvidadas porque la sociedad nos enseñó que estudiar, obtener un título y trabajar es lo importante para ganar dinero y obtener bienes materiales, que compran la felicidad.

En Chaturbate yo era un Don Juan, aunque mi idea de las cuatro leyes de la vida pronto cambiaría.

Un día, contemplando a las modelos, encontré a una que llamó mi atención particularmente. Lucía diferente. Tenía un aire y encanto que la hacía sobresalir frente a las demás.

Era rubia y su cabello se veía como el oro. La luz del sol, entrando por la ventana de su habitación, resaltaba su piel blanca. Florecía ante mí como una Diosa griega, que mientras descendía del cielo, era iluminada por la luz del cosmos. Parecía una fantasía.

Su belleza era imponente. Ostentaba unas hermosas pecas que me hacían perder la vista de su cuerpo. Sus ojos grandes y expresivos, contenían el poderío del universo. Sus movimientos eran mágicos y, sin saberlo, aquella Princesa Encantada me enseñaría una ley mayor.   

Ante aquella Rubia Dorada, perdí todo control. Sin importar el resto de mujeres, su existencia se convirtió en el centro de mi ser, y así fui cultivando fervientemente el deseo de su pasión.

Sin hablarle, la miraba por horas cada día. Era un espía y contemplador de su magia en silencio. Pasaron las semanas y no me perdía ni una sola de sus conexiones.

Llegaron los meses y yo aún seguía pegado a la pantalla añorando, en secreto, un solo soplo de su amor. Todos los días miraba sus redes, repasaba una y otra vez cada una de sus fotos. Memorizaba cada una de las líneas de su cuerpo. Trataba de adivinar si en su mirada había algo de melancolía o alegría. Quería conocerla.  

Un año después, finalmente tuve mi primer acercamiento. Recuerdo muy bien aquel día, estaba nervioso, temblando, sudaba en exceso y no me atrevía a dar clic en el teclado. Impávido, en silencio, la miraba. Ella modelaba hermosamente frente a la cámara.

Su tez blanca centelleaba, mientras sus pequitas relucían como si mirara al cielo en una noche estrellada. Su cuerpo se exhibía firme como el Himalaya. Sin pensarlo más, respiré profundo, y tecleé Enter, enviándole un pequeño tip, acompañado de una nota que, aunque corta, quería expresarle todo lo que soñé:

Por primera vez me encontraría con ella. Solo la había visto en la pantalla, y ahora, que en la realidad física la vería, sabría si es tan linda como en cámara. Estaba ansioso, no paraba de mirar el reloj que marcaba la hora de su llegada. Las manecillas llegaron a su punto, y de la nada emergió un ángel ante mi rostro.

Se acercaba a mí caminando, se aproximaba a un ritmo lento, y a cada paso que daba me parecía verla volando. Comencé a acalorarme, y sentí el sudor que me bajaba por la espalda.

Lo primero que noté, como la primera vez que la vi en la pantalla, fue su cabello rubio, rubiesísimo, brillaba como el oro. Pensé: ¡Es más linda en persona que en cámara!

Frente a mí, sonrío con naturalidad y me derretí ante sus ojos que me penetraron hasta lo profundo de mi alma. Al saludarnos, mis palabras fueron torpes, no logré hilar una frase con sentido. Ni sé qué me dijo, no entendí nada, solo asentí y continuamos nuestro camino.

La invité a cenar. En el restaurante ya estaba más tranquilo. Pude observarla con curiosidad detallada para descifrar aquel ser que me tenía postrado a sus pies. Me llamó la atención -la manera divertida- como se expresaba, mostraba gran dominio de la palabra, locuaz e inteligente. Hacía intervenciones que sin palabras me dejaban.

Me sonrojé un par de veces sin que ella lo notara. Luego de cenar, pasamos el tiempo tomando cócteles y, en un momento inesperado, nos miramos con una sonrisa cómplice, nos acercamos y nos besamos. Fue un beso apasionado.

Sus labios eran rosados y prominentes. Al sentirlos junto a los míos, no pude evitar derretirme como chocolate caliente sobre una galleta dulce y suave. No quería desprenderme. Aquel beso me fundió en un solo fuego, que me llevó a sentirme en otro universo.

Salimos del lugar y, mientras caminábamos, nos prendimos de la mano. Sentir su manito tomada de la mía electrizó la médula de mi ser. Nos acoplamos al instante. Sus dedos encajaban perfectamente en los míos, como si Dios nos hubiera diseñado para que al cogernos nos completáramos. Caminamos.

Al entrar al apartamento nos separamos. En la sala, fijamente nos miramos uno al otro, preguntándonos mentalmente quién daría el primer paso. En mi mente tenía una ruleta de imágenes con todos los posibles escenarios. Sin embargo, mi ruleta del amor se paralizó y mi mente quedó en blanco.

Al mirarla firmemente, sentí un impulso extraño que me atraía a su vientre. Su abdomen era plano, y la cintura resaltaba por sus caderas talladas. Extendí mis brazos y la cogí con mis dos manos. Al apretarla un poco por la cintura, la suavidad de su piel a mi tacto enloqueció. Observé fascinado su ombligo, parecía un pequeño oasis, creado para que un sediento bebiera el elixir del amor.

Levanté la mirada, limitándome a navegar sus ojos. Seguían radiantes, la fuerza del universo estaba en sus orbitas, e invitaban con inocencia a contemplar los más profundos misterios de su alma.

Su rostro lucía perfecto, tallado por dioses griegos para su contemplación. Las cejas pobladas resaltaban su mirada. Sus labios rosados parecían dos mares hechos en marte, dispuestos en armonía para provocar a los mortales. Y su cabello, ay Dios, su cabello, suave y terso como las cuerdas vocales de un arcángel.

Tomándola suavemente por el cuello, palpando con las yemas de mis dedos cada milímetro de su cabello, pude observar de cerca aquellas pequeñas pecas que despuntaban la belleza de su piel blanca.

Mirando tan hermosos lunares, sentí que estaba flotando frente a un universo inalcanzable, perdido en un vacío del que necesitaba desesperadamente salvación. La besé, y la sensación fue de abandono en el cielo, quedándome sin espacio y sin tiempo, para perder el aliento.

Fui descubriendo su cuerpo suavemente.

Quité la camisa que resbalaba sin resistencia en su tez dócil. Palpé con la punta de mis dedos cada trozo de su piel descubierto, comenzando por sus antebrazos, que se sentían suaves, y lentamente fui subiendo por sus brazos hasta llegar a sus hombros hermosos. Sin darme cuenta, por la comisura de mis labios resbalaba mi saliva, ansiosa por probar aquel manjar de los dioses.

Lamiendo con mi suave lengua aquella piel, mi boca se entregó al placer. No dejé un milímetro sin succionar ni acariciar. La besé descontroladamente detrás del cuello, y con la punta de mi lengua toqué vehementemente la liniecita de la nuca que marcaba su feminidad.

Lentamente fui bajando desde su nunca, probando cada parte de su cuello, para luego recorrer su espalda, tan hermosa y pulida, sintiéndome cual marinero que por primera vez pisa tierra firme en su vida.

Descendí hasta el final de sus piernas y, de rodillas, fui lamiendo cada uno de sus dedos del pie, tan sabrosos, que casi no me despego de ellos. No resistí ascender por sus rodillas, e ir mordisqueando sus muslos con calma, hasta ir conquistando, poco a poco, el centro de su placer.

Embutiéndome por completo de cabeza, logré que soltara sus piernas, y degustando sus labios rosados y carnosos, mi boca se pegó a ellos hasta sentirla temblar de emoción. Mi lengua no paró de salir y entrar una y otra vez…

Podría describir qué sigue después, pero es mi sueño el que les estoy contando. Así que pueden usar la imaginación, porque la enseñanza de esta historia, es declarar que más allá de las cuatro leyes del placer de la vida, comer, cagar, dormir, culear, lo más sustancial, lo verdaderamente importante, es: ¡EL AMOR!

La quinta ley de la vida que debe ser la primera.

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Don Juan

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