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Un orgasmo con los orines de mi tipper

Orines

Confesiones SIN CENSURA

Un orgasmo con los orines de mi tipper

Al room siempre llega gente de todo tipo y muy pocas veces aparece alguien interesante. Pero este sujeto parecía agradable. Al menos por WhatsApp

Hablamos por teléfono un par de veces y hasta me hizo reír. Eso me calmó los nervios. Aunque habláramos de ser amarrada por un desconocido y de quedar ahí expuesta para ser follada sin misericordia a su gusto. El tipo me decía cochinadas horribles y a mí eso me daba mucho morbo. 

Tal vez, habría sido mejor una masturbación por cámara y jamás conocernos. Pero después de que me recitara media docena de guarrerías por el chat y, mantenerme excitada con tantas promesas, decidí que lo mejor era pasar a la acción.

La fantasía de mi tipper era amarrar a una mujer desnuda a la cama, con las piernas abiertas, y forzarla a su merced y capricho. Y ahí vulnerable me vería obligada chupar y a ser follada sin oponer resistencia. 

Esa fantasía también me llamaba la atención, y aunque yo hubiese preferido tener los ojos vendados, al final decidí que quería contemplar las cosas que me hacía. 

Tocó el timbre de mi apartamento a eso de las siete de la noche. Reconocí su voz y aunque le abrí me dio mucho miedo de repente. Esperaba a alguien de fantasía: un hombre seductor, guapo, fornido… un tipo de ensueño. Pero cuando iba a abrir la puerta lo único que esperaba era que no fuese un asesino en serie.

Me puse muy sensual con un conjunto divino de tangas y brasier de encaje negro, y me cubrí con una bata semitransparente. Sabía que me lo iba a quitar rápidamente, pero uno también disfruta esas cosas.

orgasmo

Diablillo, como se hacía llamar, no era demasiado alto. Un poquito más que yo, aunque yo tampoco soy muy alta. Era delgado, barbado y de pelo largo, con el aspecto de Jesucristo más o menos. 

Casi me río cuando vi que me iba a follar a nuestro señor Jesús.

Se presentó y me dio un beso mientras cerraba la puerta. Estaba sola con él y eso me puso un poquito nerviosa. Por fortuna, era un chico alegre y hablaba de todo y de nada a la vez y eso me tranquilizaba internamente. 

Durante un silencio puso sus manos en mi cara, me miró fijamente y me dijo que era preciosa, con un tono de voz más serio. Le agradecí el cumplido y lo invité a sentarse. No me parecía tan atractivo, pero tenía su gracia y yo por un chiste soy capaz de darlo. Soy así de charrita.

Le ofrecí algo de tomar pero no quiso nada. Eso me molestó porque preparé dos cocteles que me tocó tomarme sola. Con el primero me puse valiente, y eso fue un punto a favor, pero con el segundo me prendí ligeramente y bajé la guardia. ¡Ups! La bata se me abrió accidentalmente y le dejó ver el trailer de la película a Diablillo. 

¡Ups! De nuevo se me zafó la bata. Diablillo se veía incómodo, rígido. ¿Será que yo no le gustaba a pesar de lo que me había dicho al llegar? Le empecé a recordar una conversación muy cochina que tuvimos semanas atrás y me interrumpió de una manera súper grosera:

¿Sabés si por acá pasa mucho el tránsito? Es que dejé el carro en una zona prohibida y no sé cómo son por acá.

El asombro me hizo dudar la respuesta. No, no tenía ni idea. ¿Cuánto tiempo me iba a tener amarrada este tipo con el carro mal parqueado? ¿Se iba a ir para que la grúa no se le fuese a llevar el carro? Le conté que estaba dudando sobre su seriedad. 

Follar conmigo amarrada no era una cosa para hacer de afán, no quería un conejo o un eyaculador precoz. Le dio mucha risa, se excusó y me dijo que no me preocupara, que él era un profesional dedicado a su “arte”. 

beso

Entonces lo tomé de la mano y lo llevé a mi cuarto. Me cansé de hablar.

Me amarró a la cama sin quitarme las tangas ni el brasier. Para eso sacó cuatro corbatas de un bolsillo de su chaqueta. Todas muy feas. Me sujetó a la cama con suavidad. Me podía soltar fácilmente pero la sensación de intranquilidad era inevitable. 

Seguía siendo un desconocido dejándome vulnerable. Menos mal tenía la ropa interior, pero no por mucho tiempo. El tipo me soltó el brasier y luego cortó mis preciosas tangas con unas tijeritas que tenía en la chaqueta. 

Me observó con deseo entre las piernas por un rato. Volteé la cara, como en el ginecólogo. En parte por pena, y en parte para que no viera la lágrima que provocó ver cómo destruía mi ropa interior favorita.

¿Y qué sigue?

Le pregunté para interrumpir el embelesamiento con el que me miraba el coño. Extendió la mano hacia mi entrepierna y rozando con delicadeza los labios me dijo que me tenía que afeitar, que estaba muy peluda. 

Casi le grito indignada: “¿Cómo que peluda?, ¿Qué?” Hacía dos días que me había afeitado y con cera. 

Pero entendí que era parte del ritual y daba igual que estuviera peluda o rapada porque sacó una maquina de afeitar y un poco de crema de otro bolsillo. De cualquier modo, no podía negarme.

Me untó la crema con los dedos y me puso a mil el desgraciado. Luego con suma delicadeza fue afeitándome el pubis y repaso meticuloso cada pliegue de mis labios. Ya estaba tan mojada que se le resbalaban los dedos mientras me sujetaba, pero eso no le importaba en lo más mínimo. 

Estaba concentrado en su tarea. Cerca al clítoris me pidió que no me moviera tanto que no me quería cortar accidentalmente. Tremenda manoseada le dio a mi coñito.

vagina

Su indiferencia me estaba enloqueciendo. Fue al baño y trajo una toalla para quitar los restos de crema. Con la punta de la toalla limpió el clítoris, cada pliegue y hasta por dentro. 

Me vine como si hubiésemos follado por horas. Me miré el coñito y parecía una fuente.

Le estaba suplicando que se quitara la ropa, que me la metiera (su verga) hasta el fondo como a una perra. No escatimé en vulgaridades sobre su sexo y el mío. Pero en lugar de eso, del arsenal de placer que cargaba en su chaqueta, sacó una pluma. 

Con ella me acarició los brazos, los muslos, los pies. Jugó en mis pezones hasta que los dejó duros y luego caminó con maldad entre la ingle y el pubis evitando tocar el clítoris a pesar de mis súplicas.

El hijueputa me callaba con más torturas. Le pedí casi llorando que me soltara una mano para poder restregarme la vagina. En esa posición me hubiesen podido follar de mil maneras y en lugar de eso estaba viviendo una terrible castidad. Después de una hora de juegos se desnudó. Arqueé la espalda y me le abrí más para que se antojara de ese rosadito. Deseaba que me atravesara salvajemente con su verga. 

Me quedé afónica de pedir que me penetrara. Me daba igual que no fuera el tipo que imaginé, o que su verga no fuera tan grande como había dicho. Se acercó a mi cabeza para que se la chupara. Me dolía el cuello de estirar la cabeza para mamarla.

Solo me alcanzaba para tocarla con lengua estirada. Estaba desesperada. Se subió a la cama y se puso entre mis piernas. Traté de agarrarlo entre ellas, pero no podía cerrarlas. Entonces me dijo que ya venía. 

A su regreso, un chorro caliente empezó a mojarme la vagina, y la orina que también caía por mis pechos se empezó a regar por toda la cama. Me soltó las piernas me volteó y empezó a orinar otra vez sobre mi culo, me volteó de nuevo y me la metió mientras seguía meando. 

Podría decir que me sentía sucia pero no. Ese chorro caliente, insertado directamente en mi coñito, me hizo venirme de nuevo.

Fue brutal.

Me tomó mucho tiempo quitarme de la cabeza el olor de los orines y también reponerme de los ochocientos mil pesos que me costó un colchón nuevo. No volví a saber de Diablillo, el artista del sexo con el que no tuve sexo. 

Me prometió abusar de mí de muchas maneras, pero nada de eso pasó. Quizá lo que hicimos estuvo mejor. Qué lástima que desapareciera, porque he querido repetir.

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Bunny

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