Confesiones SIN CENSURA
El diario de mis placeres
Recién empecé como modelo webcam. Creía que masturbarme era un tabú, algo muy malo que una mujer no tenía que hacer, porque las “mujeres no tienen esa necesidad”, pero, pasando los meses me di cuenta de todo lo contrario; descubrí como tocarme gracias a él.
El sacerdote sucio
Masturbarme es algo indescriptible. Tocar mi vagina y poco a poco dibujar círculos en mi clítoris es una experiencia fascinante.
A todas las modelos nos encanta que nos digan “Disfruta tu show, es tuyo” o “Haz lo que te dé placer”, sin embargo, para ser honesta, la primera vez que alguien me lo dijo en el show yo no sabía qué hacer, me dijo que solo debía tocarme, que frotara mi clítoris y pusiera allí mi vibrador, que él me acompañaría en el recorrido si íbamos a un privado.
Había preparado para ese show una manera “romántica” para dejar de ser virgen en ese sentido. Había puesto velas, música y, aunque estaba un poco distraída -quizá porque no era algo espontáneo como se daría en pareja- me dediqué a relajarme, bailé, me pasaba las manos en el cuerpo, me dejaba seducir por la música. Tanto era el deseo de saberme vista por mi tipper que pronto pasaba las manos por mis senos. Sentía mi cuerpo y su mirada.
Me recosté en la cama, no quitaba la vista de aquella cámara que me conectaba con él y sus indicaciones. Me decía “tócate” y yo le obedecía. Llevé mis manos poco a poco a mi vientre, para luego empezar a jugar con mi vulva, con mis labios. Para hacerlo más tentador, puse lubricante en mis dedos y los llevé hasta ese pequeño pero mágico lugar en mi vagina donde comencé a sentir. Mi cuerpo respondía a mis manos de tal forma que no podía parar, esperaba con ansias el momento adecuado para usar mi sex toy, pedía y gritaba a mi tipper que me dejara usar el vibrador. Él algo gustoso, me dijo cuándo era el momento adecuado y al hacerlo, percibí lo que jamás había logrado. Gemí como nunca antes, me sacudía y vibraba, tanto que no podía evitar estar húmeda.
Me dijo “es hora de usar el dildo, disfrútalo” e inmediatamente introduje dentro de mí ese fálico y atractivo dildo y sentí que me hacían el amor como nunca antes lo habían hecho, sentía total placer, gritaba, me mojaba y corrían chorros de mí. Oleadas de calor tapaban mis oídos y ahogaban mis gemidos cada vez más fuertes hasta el momento en que finalmente pude llegar al maravilloso clímax. Al terminar aquella primera vez, le agradecí, él estaba complacido; se había venido con verme llegar.
Noche de estrellas, primos y sexo
Ahora cada vez que pienso en él, no puedo evitar fantasear con cómo haría el amor, como besa, y cómo me haría gemir.
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Samantha