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Ella; mi deliciosa presa

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Confesiones SIN CENSURA

Ella; mi deliciosa presa

Ella y yo hemos sido amigas desde hace tiempo, compartíamos ocasionalmente y teníamos amistad de intereses comunes. En ese entonces no éramos amigas íntimas, ambas estábamos en la flor de la juventud, luchando y disfrutando de la vida.

Coincidimos en el modelaje webcam, una primero que la otra y, al final nos encontramos en el mismo ‘’webcam world’’. Empezamos a compartir detalles del día a día como modelos webcam, a descubrir tesoros escondidos de nuestra propia sexualidad, personas fascinantes en la distancia, culturas alternas y extrañas, orgasmos inexplorados, todo un mundo virtual que se tendía a nuestros pies, y que abría nuestros ojos y mentes.

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Por caminos diferentes llegamos a la misma curiosidad: querer materializar, saborear la sensación de estar mujer con mujer, una experiencia completamente nueva, aunque ya bastante fantaseada por ambas.

Yo di el primer paso, estaba muy deseosa, la fantasía ya carcomía mi cerebro y desesperaba a mi cuerpo. Si, la deseaba, deseaba ver su cuerpo al desnudo, quería saber qué escondía debajo de su ropa, deseaba despertar sus sentidos, llevar su sexualidad al tope, hacer vibrar cada rincón de su cuerpo, verla retorcerse de placer.

Con temor, se lo propuse: exploremos estar la una con la otra, sin prisas que, si no nos gusta, paramos, le comenté. Ella insegura acepto. Comenzamos con caricias furtivas, besos apasionados y no hemos parado desde ese momento.

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Decidimos hacer de nuestro primer encuentro algo especial, lo hablamos y arreglamos. Nos conocíamos bien, sabíamos los gustos la una de la otra, acordamos reservar ‘’sorpresas’’ para preservar la magia.

Con ella he sentido una conexión como con ningún otro ser humano. Es una conexión sensual, sexual, salvaje, voraz. Nos decidimos para ese primer encuentro por la dominación y subyugación, ahorramos y reservamos una habitación en un hotel lujoso; una habitación elegante, con papel que cubría las paredes, espejos alrededor, una cama enorme como de realeza, baño con tina, un ambiente perfecto, y la mesa, larga y ancha.

Ella ‘La Subyugada’ yo ‘La Dominatriz’. Yo llegué primero, preparé la habitación, la hice perfecta para nuestro encuentro: velas, aromas del gusto de ambas, rosas y la mesa que esperaba por ella; mi presa esa noche. Yo, por supuesto, con vestimenta acorde; corsé negro, pantis de cuero, medias malla y unos altos tacones, algo de maquillaje y mis herramientas de placer listas para ella.

Ella acude a nuestra cita. La recibo solamente a la luz de las velas, le ayudo con su abrigo ¡qué bella se puso para mí! mi presa, mi cordero tierno. Llevaba un vestido corto, que resaltaba su figura, escote para vislumbrar sus senos, cabello recogido que dejaba al descubierto su cuello y espalda, sus piernas estilizadas por tacones, boca que provocaba desgarrar de un bocado, ojos como faros que iluminaban toda la habitación.

Vendé sus ojos, se entregaba a mi completamente, su cuerpo ya temblaba sin haberla tocado, la tomé de la mano y la guie a la gran mesa, la alcé con delicadeza y senté, acaricié su cuerpo por encima de la ropa con la punta de mis dedos ya sudorosos. Sus suaves bellos se alzaban a mis caricias, su piel se erizaba a mi paso como en un rito de alabanza al placer que le proporcionaba, su respiración agitaba, sus dientes mordiendo sus carnosos labios, sus piernas apretando, conteniendo el deseo, ya sus gemidos aparecían rogando más y más de mí.

La despojé de su vestido, ella escogió una lencería digna de un cordero que a propósito me volvía loca, un body de un rosa pálido y unas medias ligero, una segunda piel que hacía de su cuerpo un tributo inigualable.

Amarré ajustadamente sus manos y pies a la mesa, no podría escapar si así lo quisiera, ubique estratégicamente cubos de hielo que su piel hirviente rápidamente derritió, dejándola más húmeda de lo que ya estaba, desgarre su linda lencería, entregándome al fin su trémula piel desnuda húmeda, ardiente, suave, su cuerpo pedía desesperadamente mi completa dominación.

Llené mi boca de champagne fría, le di de beber directamente de mi boca y vacié más champagne sobre su cuerpo ardiente dándole un choque calórico que estremeció hasta su alma. Bebí el champagne de su cuerpo, todavía preservo ese sabor particular de su sudor, del sabor natural de su cuerpo mezclado con la bebida burbujeante, el más exquisito licor que he probado.

Sobre esa mesa ella era mi cordero que ahora expuesto revelaba todo su esplendor natural, sus senos de tamaño perfecto, pezones rosados bien erectos, cintura definida, caderas exuberantes, piernas torneadas de color porcelana, y por supuesto, una vagina que parecía una joya incrustada entre esas dos piernas. Al abrirlas sus dos labios escondían un postre color rosado, totalmente húmedo y cremoso ha causa mía.

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Mi pequeño cordero se había portado a la altura de su dominatriz, se había ganado el premio mayor que yo le podía proporcionar, sin pensarlo mucho derrame el resto de champagne entre sus piernas, casi salió humo. Besé, lamí, chupé sus labios, su clítoris, su rosado agujero, la follé con mi lengua, mientras masajeaba su ano con mis dedos e introduje en el mismo.

Ella me entregó mi regalo; un orgasmo, que se mezclaba con mi excitación, sus gemidos, su agitado cuerpo, nuestro sudor, saliva, jugos, todo un gran delicioso desastre. Quedamos tan exhaustas como felices, fue una noche que recordaré hasta el día en que muera, la noche en que por fin nos amamos ella y yo.

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Ranita

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