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Si quieres que me venga solo trátame duro

Virginidad

Confesiones SIN CENSURA

Si quieres que me venga solo trátame duro

Me llamo Catalina, debo confesar que a mis 16 años de edad, ya sabía lo que quería y pues ya ha temprana edad había tenido algunos encuentros sexuales, pero ninguno como para perder la virginidad. La verdad, deseaba que mi primera vez fuera salvaje y algo sucia.

Los hombres con los que había intentado perder mi virginidad, me dejaban insatisfecha, nunca hubo uno que desde el momento de la calentura me hiciera sentir tanto como para entregarme. Me trataban como si fuera de cristal, demasiados dulces para lo que buscaba. Mi mayor fantasía era que me trataran como una puta, que me hablaran tan sucio como si fuera una perra, que me apretaran fuerte, casi como si me pegaran. Ese tipo de cosas me excitaba, pero ninguno se atrevía a llegar a ese punto.

Un día mi mejor amiga me presentó a un joven que desde el momento que lo vi me encantó, pero no lo suficiente como para estar en la cama con él. Hablamos de todo, hasta de nuestros encuentros pasionales. Le comenté sobre mi fantasía y él algo impresionado, escuchaba en silencio. 

Pasaron días, de la nada recibo una llamada, era él, el de la cara de asombro. Me dice que a las seis de la tarde va a mi casa. Estaba ansiosa, después de varias historias que contamos mi amiga y yo, creo que terminó por comprender que hay mujeres a la que nos gustan que nos traten fuerte en la cama. Él era mi esperanza de cumplir en ese momento mi fantasía.

Una de las cosas que más le asombraba a Jhon, así se llama, era que a mis dieciséis años quisiera perder la virginidad de esa manera tan violenta y salvajemente. 

Llega a mi casa, me encuentro sola y con ganas de tener sexo, le abro la puerta, tomo su mano y cruzamos el corredor hasta mí cuarto. Me miró lascivamente sin mediar palabra; en ese momento me invadieron más ganas de tener sexo; el temor de que no fuera lo que quería y la curiosidad de saber cómo era en la cama, me hacían estar completamente callada.

Yo me vestí como una cualquiera, llevaba una falda  ceñida desde mis caderas, dejando ver mis piernas y una blusa que mostraba mis senos. Dejé mi cabello largo suelto, lo movía de manera provocadora para hacer que él me deseara.

Ya en el cuarto, se me acerca y me mira fijamente estilando fuego por los ojos, yo le correspondo con una mirada de cualquiera, diciéndole solo con los ojos que me tomara de la manera más salvaje que existiera. Está excitado, lo percibo por su respiración.  Levanta sus manos y me estruja; sigo sin decir palabra, así que se arrodilla y abre mis piernas. Mi falda no cede así que forza mi posición; metió sus manos y brazos entre mis muslos y me obliga a mejorar la abertura de las carnes que quiere para él. Me duele,  no presta atención y continúa hasta que mi falda se rasga y cede a su propósito.

Aprovecha para meter sus  manos entre mis nalgas y mi pubis, lo hace presionando muy fuerte, estoy demasiado mojada; me gusta, ve mi cara de placer y me dice que soy una perra, eso me excita aún más. Saca su lengua ansiosamente y recorre con ella todo mi sexo; va desde el nacimiento de mis nalgas hasta la abertura de mi vagina que estaba completamente inflamada, que de manera descarada se ofrece para que continúe con su lengua dentro de mí.

Se levanta, me mira con ganas de seguir comiéndome, me agarra por los hombros y me lanza sobre la cama; lo miro, aún sin decirle una palabra, le digo con mis ojos que estoy a la espera de ese gran momento; quiero que me abra y me penetre, lo deseo.  Comienza a pasar en forma circular sobre mi pubis una de sus manos; me acaricia y cuando menos lo espero presiona sobre mi hoyuelo y me penetra con su dedo, siento dolor, sin embargo me causa placer. Cierro mis ojos, él aprovecha y mete todos sus dedos para asegurarse de que la profundidad está despejada.

Mientras estoy ahí, tendida y abierta de piernas forcejeando, saca su pene y lo coloca entre mis labios y me grita: “abre la boca”; y  así lo hago y succionando hábilmente lo ingreso casi todo hasta lo profundo de mi garganta. “Chupa, lo haces muy bien perra” me dice, mientras se va poniendo más erecto.

Fuertemente sigue metiendo su mano entre mis muslos hasta que en un arranque de desenfreno se agacha y me besa en el medio. Metido entre mi vagina, ofreciéndose asquerosamente febril, pasea lascivamente su lengua; comienza a morderme con sus labios en los míos y me voy excitando cada vez más. Coge mi clítoris, lo chupetea y mordisquea impúdicamente. Su lengua húmeda va y viene, sus labios succionan y con sus diente me muerde hasta logran que desfallezca.

Se pone de pié, me voltea y me pone en cuatro, me da una nalgada y me grita «Perra te gusta así», eso me volvió como loca, me aceleré y eso le gustó aún más. Completamente excitado ingresa en mi vagina desde atrás. Empiezo a gemir de dolor aunque, casi al instante, comienzo a gritar de placer.

Ingresa una y otra vez y, mientras me insulta como si fuera una cualquiera, me muevo con mis caderas de adelante hacia atrás desenfrenadamente. Me toma por ellas y, apoyándose en sus dos manos, me estrecha violentamente contra su pelvis mientras continúa ingresando. Jadeamos, nuestras respiraciones aceleradas evidencian que nos está gustando.

Una y otra vez me penetra y ahora, con fuerza, abre sus manos y con las palmas me juguetea; mis nalgas redondas y ansiosas, reciben con agrado sus latigazos. Estoy gimiendo, así que con fuertes jadeos me presiona más y lanza mil improperios: “perra, sigue así, ¿te gusta?, muévete, muévete zorra”; cada palabra para mí es como un aliento que me vivifica para que continuar moviéndome con apasionada emoción. Va y viene y, en un momento de frenesí, me toma por el pelo y me hala violentamente hacia atrás.

Ahí, en cuatro y subyugada dejándome penetrar, con la cabeza tirada hacia atrás; me muevo rápidamente, empiezo a gemir a punto de llegar, él lo siente. Me tira del pelo con una de sus manos lo más fuerte que puede y con la otra, me agarra y me sigue castigando. Mi voz, mis gemidos aumentan, se convierten en gemidos, me siento lista para rendirme y dejarme ir, él muy erecto desea acompañarme y llegar conmigo, ve que estoy poseída por el placer y no se aguanta.

Llegamos, nos encontramos tendidos en mi cama; se levanta, se viste, me mira y sin mediar palabra abre la puerta y se va. Mi fantasía se convirtió en nuestro juego, y el sadismo en la cama se volvió mi adicción. Me vengo solo con sentir el ardor de las nalgadas y me excito al escuchar un poco de dirty talk.

 Hoy lo recuerdo a él, con cariño y lujuria, pienso que quizás nos volveremos a encontrar sin mencionar aquello que en ese momento tanto nos gusto.

Catalina

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